Freddy fue acompañado por el pueblo que lo amó
El sol del domingo gris comenzaba a esconderse cuando el cuerpo de Freddy Beras Goico bajó a la tierra, con sus setenta años recién cumplidos. Estaba rodeado de los rostros tristes de sus familiares y amigos, y de los murmullos del pueblo que lo escoltó hasta el cementerio, mojado de lluvia, y de llanto. La gente lo lloraba como se llora a los héroes.
“Padre, pediste que siempre te recordemos con una sonrisa en el rostro, pero hoy no podemos. Será otro día”, dijo su hijo Giancarlo al despedirse por última vez del humorista, compositor, productor de televisión y crítico social que sembró alegría, transparencia y esperanza cristiana en todos los rincones de la República.
Los viejos compañeros de trabajo de “El Gordo”, artistas del escenario, quedaron en silencio. Felipe Polanco (Boruga) mordía sus labios, como tragando palabras, mientras la mirada de Cuquín Victoria divagaba por las anchuras del camposanto. Eran las 5:00 de la tarde. Y parecía que Freddy no cabía en un discurso.
Pilar, su viuda, recibió sin sobresaltos los abrazos y las condolencias de los cercanos, hasta que José Antonio Rodríguez sacó música a un piano para cantar la canción que Beras Goico pedía en cada cumpleaños, aquella que dice “te sigo queriendo como el primer día, con esta alegría con que voy viviendo. Más que en el relevo de las cosas idas, en la expectativa de los logros nuevos”. Esos versos de Alberto Cortez provocaron que nuevas y abundantes lágrimas se sumaran a la humedad de la lluviosa y fría tarde. Y que los presentes apenas tuvieran fuerzas para tararearle al fallecido artista el “Amor Eterno” que, a modo de despedida, sonó en el fondo: “Amor eterno e inolvidable. Tarde o temprano estaré contigo para seguir amándonos”.